Un desastre de hombre

No soy nada romántico, pero aquí me veo preparando una mesa para dos. 
En un vaso largo, he puesto unas flores; dos velas acompañan unos platos y servilletas de color azul oscuro resaltan el mantel estampado que me regaló mi madre, y que no sacaba desde hacía años del cajón de la cómoda. Me he esmerado en la cocina...

Y llegó un día en el que, por fin, me decidí. Fue a primeros de agosto.
Hacía años que quería hacerlo, pero no tenía valor. Siempre encontraba una excusa para no viajar solo. Había hecho planes, comprado libros de viajes, recorrido páginas de Internet; pero, a la hora de echar a andar, mi natural tendencia nada aventurera me hacía retroceder y quedarme en casa sin viaje.

Esta vez estaba determinado a hacerlo de una puñetera vez.
En diez minutos, ya tenía preparada la mochila con todo lo que creí necesario. Una ducha rápida y un repaso a todo lo que debía llevar, y ya estaba en la carretera.
La idea no era conducir todo el tiempo, así que dejé el coche en un  aparcamiento de esos junto al aeropuerto y cogí un taxi a la estación de ferrocarril más próxima.
Unas horas perdidas en la espera de la salida del tren sólo me produjo un cierto grado de ansiedad y nerviosismo. En los bancos de la estación, personajes diversos, las amigas que harían una ruta por las playas mas concurridas, algún señor encorbatado en viaje de negocios o de trabajo, la madre cargada de niños, parejas que parecen casadas, otras que parecen dos extraños...gentes de todo tipo. O como yo, que sólo intento huir para encontrarme en algún sitio.

Ya acomodado en mi asiento, me paro a mirar otra vez al paisanaje del vagón número ocho. La chica más atractiva del compartimento no está sola, le acompaña un tipo mal encarado que no la deja ni levantar la cabeza, apenas se atreve a mirar por la ventanilla, sólo al suelo. Le tenía miedo, o eso intuí yo, por como se comportaba, parecía un perrito asustado.
Me llama la atención esta chica y la observo con curiosidad desde mi asiento,situado justo detrás de ellos. Veo como esconde su cabello bajo un horrible gorro de lana oscuro. Viste ropa oscura, una vieja chupa de falso cuero y una especie de malla de licra muy apretada, que oprimen sus largas piernas afeándolas en exceso. Pude comprobarlo mejor cuando se levantaron de sus asientos, la veo tambalearse por el pasillo del vagón. De regreso, me miró por unos segundos y pareció que me quería decir algo. Quizás una mirada de socorro y de desesperación.
A su regreso, al cabo de unos minutos, se las ingenió para dejarme caer una servilleta de papel en la que se adivinaba unos trazos de bolígrafo azul que decía.
- S.O.S, please...
El tren efectuó una parada en una ciudad intermedia. En ese momento que vuelven a levantarse, él va delante y ella detrás, ella aprovecha y echa a correr en dirección contraria para saltar del vagón y correr por el andén. Es perseguida de inmediato por el tipo ese. Intento averiguar que es de ella y también salgo al andén. Han desaparecido y yo me vuelvo a subir porque va a partir otra vez el tren, pero sigo mirando por la ventanilla, y la veo escabullirse por entre los viajeros que van y vienen.
No sé cómo, pero volvió al tren sola en el justo momento que éste partía.

Sin cruzar palabra se sentó a mi lado, como suplicando que la adoptara, o algo así.
Y ahí comenzó mi aventura, que supuso realizar el viaje más apasionante de mi vida, a lo largo de toda Europa para llegar a los confines de Rusia.
(Continuará)

Mar de hierbas

Un mar de hierbas ondea bajo mis pies, mientras un tímido sol apenas acaricia sus olas. Una y otra vez voy surcando ese limitado espacio de olivos silenciosos, que hoy agitan enervados sus ramas por la insistencia del viento.
Los restos de la poda yacen inertes, resecándose lentamente.
Tanto ir y venir me ha agotado. Busco una recacha, me descalzo y arremango el pantalón, muy mojado por la espesa hierba.




Han dejado las nubes un resquicio por donde se cuelan algunos rayos de sol. esa cálida caricia me adormila y por momentos caigo en un plácido sueño.


Me despiertan unas gotas, que me golpean el rostro. Está lloviendo finamente, pero bajo las ramas se hacen goteras mas gruesas. Una sensación de bienestar me embarga, me apetece algo muchas veces reprimido. Y este momento es el que esperaba. Me despojo de la camisa, de los pantalones y demás prendas. Y en mitad del campo, solitario paraíso, me entrego al goce de la lluvia. No estoy loco, pero a los ojos de cualquiera lo parecería. Pero no, nadie me ve.

Arrecia la lluvia, los caminos que surcan mi cuerpo semejan ríos que se desbordan irremediablemente. Mojado y exultante, grito palabras que me nacen en lo más hondo y primitivo de mi ser. Confundido con el mar de hierbas me revuelco al fin en ellas y recibo el beso extenso de la naturaleza que me reclama como hijo suyo.







Diario de hoy mismo


Es lunes. No me he despertado del todo y ya pienso en ella. Hace días que no viene a esta habitación que creé para ella.
Escribo en mi diario...

Subí por los recuerdos y alcancé uno. Era de una tarde de verano, con un calor sofocante, ni las ventanas cerradas impedían que el viento solano penetrara en la estancia. Por entre las rendijas se introducía y ocupaba el espacio de aire cálido, que hacía sudar aun permaneciendo inmóvil.

Ella dormía profundamente. Su frente humedecida de innumerables gotas, que resbalaban por su rostro, mojaban la almohada. No moví ni un pequeño músculo por temor a despertarla, pero seguí contemplando aquellos minúsculos ríos de sudor.
Por un momento ella giró su cuerpo, dándome la espalda. Ahora se mostraba el mapa opuesto de su planetario cuerpo con sus regiones, que tantas veces yo había recorrido. A su cuerpo desnudo acerqué el mío, noté el frescor y me estremecí. Busqué el encuentro en su cálido refugio. Ella, sin despertarse acomodó sus piernas y se mostró espléndida.
Debía ser así, no la sacaré de su sueño, me dije.
Sí, un acto de amor robado, que se me antojaba sublime, sin estridencias, tierno y, a la vez, lujurioso.
En mis atemperadas acometidas, ella acomodaba más su cuerpo; sus piernas como un abanico, abríanse despacio igual que su flor aterciopelada. Mi excitación iba en aumento y las ansias de placer me abrasaban. No podía contener ya mi ímpetu, cuando ella empezó a moverse livianamente. Sentir su complacencia, me hizo ser más vehemente.
No se despertó, pues apenas se movió, sólo lo suficiente para que yo explotara como un torrente .
Empapado en sudor, volví a tumbarme a su lado. Debí caer pronto en un sueño reparador, exhausto y complacido; pero con una duda que me inquietaba...¿fue un sueño para ella?

Sus labios húmedos y cálidos a la vez me despertaron, pero no abrí los ojos tampoco. Todavía sentía desazón y cierto entumecimiento, pero me removí de nuevo. No tardaron sus manos en buscarme, ni su boca en recorrer mi pecho. Con lentitud pasmosa me frotaba y mordía los pezones. Y seguía bajando, hasta concentrarse exclusivamente allí donde más ardía.
Su boca no tenía fin y yo desaparecía en ella. Sus manos me hurgaban y se escondían, chupaba y mordía, a ratos con vigor, a ratos con dulzura...
No parecía saciarse, pues la intensidad de sus actos así lo demostraban. Se apoderó de mí, cabalgó presurosa y ávida de placer con acompasado ritmo. Lo aumentó bruscamente, al tiempo que se agitaba en gemidos y balbucía palabras sin sentido. Eso me hizo entrar en una espiral de sensaciones placenteras y libidinosas que acabaron por estrujar mis adentros. Me perdí como nunca lo había hecho, descargándome en ella, abandonado en un mar de tormentosas embestidas, en un éxtasis de placentera muerte.
No abrí los ojos y al instante me dormí.

No fui consciente del tiempo que pasó. Quería despertarme, pero no podía. Estaba anestesiado, profundamente sumido en un pozo del que no podía salir. Al fin, no sin un gran esfuerzo logré despertarme. Agitado, con el corazón latiendo apresurado, la busqué y ella no estaba. Suele desaparecer así, inesperadamente.
Ella es como un sueño...y yo la siento cada día venir a mí. Llega y me complace, comparte mi pan y mi vino, mis alegrías y mis penas. Yo comparto las suyas, pero sólo es eso. No puedo enjugar sus lágrimas, ni tocar su pelo...mas es tan vívido lo que siento con ella que es lo único real para mí. Y la busco desesperadamente.

Por una mirada

Hace un sol de justicia. Bajo la sombrilla sostengo un libro, pero ya no consigo leer...
Unos dedos pequeños, los de un pie, están cerca de los míos. Con sólo estirar la pierna podría tocarlos. No me atrevo...
Recorro con la mirada un cuerpo de mujer. Ascienden por la piel de su cuerpo mis ojos lascivos y una sonrisa, que ahora se esconde, me turba. Desvío la mirada, pero vuelvo a buscarla sin remedio. Tras las gafas de sol, unos poderosos y enormes ojos se desvelan. Se clavan en mí y yo dejo que me consuman. Sostiene la mirada y yo no lo puedo resistir.
Intento huir, pero al incorporarme, levanto la arena con el pie y la esparzo sobre las piernas de mi vecina.
-Perdóneme, siento molestarla -acierto a decir.
-No se preocupe, no es más que arena. En la playa, ya se sabe...
-De todas forma, disculpe. La arena siempre molesta si nos la echan encima.
-Bueno, acepto sus disculpas. Ande, vaya a bañarse, si es eso lo que se proponía.
Sin añadir nada más, me acerqué a la orilla, sentí el dulce frescor del agua y me zambullí a continuación. Nadé un rato, pero de cuando en cuando, giraba la cabeza y buscaba la sombrilla dónde se resguardaba aquella mujer. Ciertamente, me había impresionado.
De regreso al espacio ocupado por mi toalla, no dejo de recrear la mirada otra vez en ella.
Es joven y muy atractiva, pero tiene un aire extraño, misterioso. No se quita las gafas y cubre su cabeza con un pañuelo. Su cuerpo todavía no se ha bronceado, pero su piel es morena, aunque tiene una palidez que denota no haber pisado mucho la calle.
Al coger la toalla para secarme, su voz vuelve a dirigirse a mí.
-¿Qué tal el agua?
-Muy agradable...¿no le apetece bañarse?
-No, hoy no me apetece; mañana, quizás.
Sin pensarlo, me vi charlando con Marlinda. Qué nombre más apropiado, pensé.
La tarde se fue en un suspiro, porque no recordaba haber mantenido una conversación que me absorbiera tanto. Fue entonces, cuando el sol se escondía tras el horizonte, que sonó mi teléfono. Ya me reclamaban en casa. Pasaba con mi familia unas vacaciones en un coqueto, por no decir pequeño, apartamento.
Me despedí de mi nueva amiga con un ligero apretón de manos, que ella me ofreció, no sin antes haberle manifestado que fue una muy agradable tarde la que había pasado en su compañía.
Volví la tarde siguiente a encontrarme con ella. Estaba en el mismo lugar, bajo la misma sombrilla y seguía oculta tras unas gafas oscuras. Noté cierto asombro cuando, al acercarme, la saludé. Fue como si la sorprendiera soñando despierta, mirando a lo lejos, más allá del mar.
-¡¡Ah!! es usted...Qué tal, cómo está?- me dijo, saliendo de su ensimismamiento.
-Bien...me alegro de encontrarla de nuevo -le contesté.
No hizo falta más, la conversación que mantuvimos volvió a llenar la cálida tarde. En una pausa que nos dimos, yo tomé un baño, pero ella se mantuvo recostada en su hamaca, pues no quiso hacer lo que yo, a pesar de haberle insistido.
De vuelta a su lado, quise invitarla a un refresco o un helado. Aceptó gustosa y corrí al puesto cercano por dos helados de vainilla, que disfrutamos entre risas y sorbetones.
-No le apetece dar un paseo, hace una tarde estupenda para refrescar los pies por la orilla -me atreví a pedirle, pues buscaba dar un paso más en pos de conocerla mejor.
Dudó un momento, pero aceptó de buen grado al tiempo que me decía:
-Será un placer. ¿Le importa que me apoye en su brazo? también necesito sus ojos...

-Sí, soy invidente y me puedo tropezar.



Liliana y Andrés

Amanecía un día gris, pero una luz de esperanza se abría paso allí a lo lejos.
Llegó al aeropuerto y llovía copiosamente. Mientras esperaba embarcar, hizo una llamada.
A una hora de vuelo le esperaba una buena amiga. Tenía que pellizcarse para cerciorarse de que iba a hacerlo.
Sí, en otro aeropuerto situado en el otro extremo del país, tomaría un avión que le trasladaría lejos, al otro lado del océano.
Desde el taxi que la acercaba a su aeropuerto, su amiga Liliana lo tranquilizaba..."No tengas miedo, le decía, te estaré esperando..."

Se encontraron por fin en la puerta de embarque. Liliana y Andrés se conocían desde hacía más de un año por internet, y hasta ese momento, no se habían visto más que en fotos. Emocionados se abrazaron por fin. Y, cogidos de la mano, buscaron sus asientos en el avión que les esperaba. Un largo viaje les llevaría a un lugar perdido de la selva amazónica.
Un hermoso proyecto les ilusionaba. Una ONG le subvencionaba un proyecto de ayuda sanitaria en comunidades indígenas.
Sobre las nubes hablaron sin parar. Ella se reía mucho y él no dejaba de mirarla. Pero el viaje era largo y cansado; y la ya relajada y confiada Liliana se recostó sobre su amigo. Él la acogió con gusto y delicadeza, le colocó una almohada y así ella pudo estirar las piernas; no tardó mucho en dormirse. Con sumo cuidado él dejó enredar sus dedos en el cabello ondulado y suave de la cabeza que reposaba en su regazo; y, viéndola profundamente dormida, se atrevió a acariciar sus mejillas. Cerró los ojos y se imaginó que se hacía realidad su sueño de que ella también lo amase algún día. No llegó nunca a confesarle su amor, porque temió asustarla en todas aquellas ocasiones que lo pensó y no se lo dijo.
Le sacó de su ensimismamiento la voz de la azafata que le ofrecía un refresco. Ya incorporados en sus asientos, tomaron zumos y galletitas saladas.
El resto del viaje lo consumieron leyendo u oyendo música, que compartieron al mismo tiempo con los auriculares. Y también volvieron a emocionarse con la película que ponían en la pantalla -"Los puentes de Madison", tiene ese punto inevitable.
Todavía no llegarían a su destino. Desde Sao Paulo a otro aeropuerto situado en los linderos de la selva. Luego una larga travesía en barco y hasta un aventurado traslado en canoa. Dos días de viaje les agotó en exceso y, en la humilde cabaña donde les alojaron, durmieron las horas que le debían al sueño.
La luz que cada mañana se filtraba por entre las hojas de los árboles, creaba un gran espacio central del poblado, marcando infinidad de estrellas en el terrizo del solar rodeado de cabañas. El palenque que haría de dispensario estaba vacío, nadie se había acercado aún. No sería fácil ganarse la confianza de aquella gente, pero eso formaba parte de su trabajo.
Los primeros días fueron tranquilos en exceso. Allí, cada uno se hizo cargo de una tarea. Liliana era enfermera y Andrés, ingeniero. Había una enormidad de trabajo. Las copiosas lluvias que no habían cesado hasta hacía poco, desbordaron el río una y otra vez, inundando el poblado con saña. Por eso, Andrés, preparaba un proyecto de empalizadas y diques que evitaran nuevas inundaciones.
Por su parte, Liliana se encontró con numerosos casos de disentería de origen amebiano.
No se habían construido más que el dique principal y la empalizada norte, cuando Andrés cayó también enfermo. Para cuidarle, Liliana tuvo que echar mano de Yumani, una joven indígena que demostró mucho interés en aprender en la enfermería.
Los cuidados que practicaba al enfermo fueron continuos. Andrés deliraba en las fases más agudas. Yumani no se retiraba de su lado, aplicaba paños húmedos y emplastos de hierbas medicinales.
En sus delirantes sueños, aparecía Liliana, desnuda como una indígena más. Tanto había reprimido sus deseos que ahora despertaban ávidos de pasión y desenfreno.
Envuelto en sudores su cuerpo, Andrés reaccionaba con evidentes signos de excitación. Yumani, que no dejaba de refrescar todo su cuerpo, no se sorprendía de la erección que Andrés presentaba. Y, con la naturalidad que da la ausencia de prejuicios, no tuvo reparos en masajear el miembro viril. Con firmeza y habilidad, las manos de Yumani lograban que aquel hombre casi desconocido alcanzara el orgasmo, eyaculara y quedara tan exhausto que su cuerpo al fin perdiera la tensión y se durmiera ya profundamente.
La fiebre no desaparecía y empezaron a manifestarse complicaciones hepáticas y pulmonares. la disentería se alojó en el cuerpo de Andrés y su compañera empezó a temer por su vida. Liliana pidió ayuda por radio y, en tres días, ya estaba despidiendo a Andrés que regresaba a la civilización.
En los momentos que Liliana pudo hablar con él, intentó convencerlo de que era mejor que se volviera a casa. Allí no había posibilidad de recuperarse y, además, corría mucho peligro de complicarse. Así lo comprendió su amigo y accedió sin más. No quería separarse de ella, pero sin salud allí era un estorbo.
-Recupérate pronto -le dijo. Pronto volveremos a estar juntos de nuevo e iniciaremos otro proyecto.
-Gracias por todo. Te quiero mucho, Liliana. Te echaré de menos.
- No te preocupes, te pondrás bien. Yo también te quiero.

Seis meses después, ambos paseaban juntos por una playa cualquiera de la costa mediterránea.
Hablaban de un proyecto muy ambicioso. Quizás serían capaces de poner en funcionamiento una residencia de ancianos en un caserío abandonado rodeado de viñas y olivos que pensaban visitar esa misma tarde.

Esta canción es para ti, única y exclusivamente para ti. Te quiero

Eramos dos...ahora somos uno.


Mi mano buscaba su cuerpo y sólo encontré las sábanas frías donde ella dejó su huella.
Incrédulo abrí los ojos, palpé la realidad y supe de mi desdicha. Otra vez volvía a repetirse la historia.
Samara hacía rato que se marchó a coger su vuelo. Eran las doce del medio día y yo debía salir también hacia mi ciudad en unas horas.

"Somos dos que buscan ser uno..." Por eso, somos tan obstinados y buscamos siempre la ocasión de encontrarnos.
Hoy amanecimos en esta ciudad, de la que no importa el nombre. Tampoco nos importó buscarnos en otras ciudades. Siempre refugiándonos en el anonimato de una habitación de hotel.

Fue una larga noche de espera. Samara no pudo llegar a tiempo de coger su avión. Aun así, logró hacerse hueco en otro, que la trajo de madrugada. Llegó presa de la desesperación, se abrazó a mí y lloró desconsoladamente.
Desnudos, acoplados como siameses, cruzamos las escasas horas de nuestro encuentro. Apenas hablamos, sólo dejamos que los cuerpos se consolaran en el cálido contacto... Y el sol nos despertó para volver a separarnos.

Sobre la almohada un tenue vestigio de su perfume. Hundí mi rostro en ella y me trasladé al ya lejano día en que sí gozamos del abrazo.
Hace justo un año, en esta misma primavera, en otra ciudad cualquiera, ella y yo, tuvimos un fin de semana por delante. Sólo dos días para vivirlos intensamente.

Nos levantamos con las primeras luces del alba, paseamos cogidos, abrazados, absorbiendo el frescor de la amanecida. En un café solitario, de una estrecha callejuela, bebimos el mismo té de la misma taza; y en los labios cálidos dejamos que crecieran besos tímidos y promesas de amor eterno...Siempre encontré en su cuerpo donde perderme y gozar...Sentir su piel, sus manos acariciarme, su mirada intensa y su deseo suplicante.

La visita a la ciudad nos cansó, más por el calor húmedo que por el incesante deambular por sus calles, visitando algunos de su
s lugares de interés. Unos bocados de fruta jugosa nos refrescó a la sombra de un árbol del parque. Y sobre mi hombro descansó su rizada cabellera.
La recuerdo en aquel día, desprendida, ajena a lo que era su vida cotidiana. Nunca hablamos de su marido, ni de su trabajo; ni sabíamos de más datos personales que nuestros propios nombres. Ella me decía, " Federico, así somos libres del todo."

La tarde de aquel sábado pasó lenta y cadenciosa. Hacer el amor en la ducha nos relajó. En la cama, dormidos o despiertos, dejábamos el tiempo correr, sin prisas, bebiéndonos a sorbos, con deleite, cada instante.
En la terraza de la habitación la noche nos encontró conversando animadamente. Pedimos que nos subieran algo d
e fruta, queso, vino...Un poco de música nos invitó a bailar, y lo hicimos cadenciosamente, en la lentitud de un abrazo. Nos desprendimos de la ropa, vestimentas inútiles, y el calor de la piel fue nuestro abrigo. Una vez más se invadieron mutuamente los cuerpos, embriagados de deseo y placer...Hicimos el amor y el sexo fue la excusa.

Regresé del recuerdo con los pitidos del despertador. Fue entonces cuando vi su nota:
" Querido, no encontré el momento para decirte algo importante. Tengo una hija de tres meses. Tú, eres el padre. Te quiero".



Laura me necesita.

Hacía días que no tenía noticias de Laura. Le había mandado algunos mails y no le contestaba...y siempre lo había hecho.
Como quiera que eso le preocupó, decidió llamarla a su teléfono móvil. Una voz de mujer contestó...
-Sí, Quién llama?
-Laura?... Quién es usted?
-Laura no puede ponerse, está hospitalizada y yo soy su enfermera.
-¿Qué le ocurrió, por qué está hospitalizada?
-Lo siento, no puedo darle esa información...
Presa de un estado de nerviosismo y ansiedad, Ulises sólo acertó a pedirle la dirección del hospital.
Al día siguiente, sin dar explicaciones a su familia, tomó un avión y se presentó en París. Del aeropuerto salió directamente hacia el hospital.
Se presentó como un amigo de Laura, pero no conocía los apellidos, sólo su nombre...nunca lo había necesitado y por eso no se lo pidió.
En la recepción le atendieron educadamente, pero no le permitían el acceso.
Presa de un estado de desesperación pidió que se lo preguntaran a ella, y dio su nombre. El nombre de Ulises hizo volver la cabeza a un médico que redactaba algún informe cerca de allí.
Efectivamente, Laura lo había repetido en sueños muchas veces. Y el doctor que la trataba, por eso, lo reconoció.
-Venga conmigo, señor Ulises.
En la habitación, Ulises comprobó el estado de Laura. Más tarde supo, por los informes del doctor, de la gravedad de las heridas.
Debido a los traumatismos recibidos en el accidente, Laura permanecía sedada en una habitación individual de la 7ª planta. No recibía visitas hasta que llegó él.
Ulises pudo quedarse como acompañante de la paciente. Así lo hizo día y noche hasta que ella despertó.
Ulises no se separó de Laura más que cortos periodos de tiempo, los imprescindibles para su aseo y alimentación, para dar un corto paseo y comprar la prensa, en las casi dos semanas que duró la postración completa de ella.
Durante ese tiempo no dejó de hablarle, le leyó y le puso música de la que sabía le gustaba, y sobre todo, puso todo el cariño del mundo en cada gesto que le dedicaba. Le hablaba con dulzura mientras le acariciaba el rostro o le masajeaba las piernas y los brazos. Y le cantaba canciones de amor.., en las que puso más emoción que voz.
Laura se recuperó lentamente. Cuando se dio por fin cuenta de la presencia de su amigo, mejoró considerablemente.
En los periodos de permanencia en el hospital, Ulises hizo varios viajes de ida y vuelta a su hogar. En su familia ya se había acostumbrado a esa situación, pero mantenían las formas. Ulises no tuvo reparos en contárselo a su mujer. Ella no hizo nada, sólo le exigió la lealtad debida y no habló de separación en ningún momento.
En los periodos de permanencia en el hospital, Ulises no se retiraba del lado de su amiga. Se sabía enamorado, pero no acababa de confesarlo. Sólo le demostró un cariño inmenso y una dedicación exclusiva.
Cuando se fue restableciendo de sus lesiones, pasaron ratos de agradable conversación, paseos por los pasillos del hospital y sesiones innumerables de cine en la intimidad de la habitación.

Y hablaron del accidente cuando Laura quiso. Entonces supo Ulises que el causante del accidente fue un tipo despreciable que la atropelló y salió huyendo.
-Ha sido él, me quiso matar -le confesó Laura con decisión-. Le vi la cara, me la tenía jurada desde el día que le abandoné. Ya no podía soportar más que me maltratara tanto.
- ¿Era tu marido?
-Sí, le pedí el divorcio y no me lo quiso conceder.
-¿Por qué no lo denuncias? No puede estar por ahí como si fuera inocente.
-No tengo pruebas, y ya han pasado muchos días. ¿Qué gano con decirlo a la policía? Quizás él me de por muerta y así me deje en paz.
Laura recibió el alta y regresó a su casa, un apartamento muy céntrico. Ulises la acompañó para ayudarla, ya que todavía estaba muy débil. El se instaló en la habitación que se destinaba a los invitados.

Luego de una semana, Laura se había recuperado bastante bien. Los cuidados y atenciones que Ulises le dedicó fueron en parte la causa de su pronto restablecimiento.

Una tarde sonó con insistencia el timbre de la puerta. Ulises fue a abrir. Apenas entreabrió la hoja cuando un violento empuje lo tiró al suelo. Un extraño lo asaltó y le golpeó fuertemente en la cara...Sangraba abundantemente y estaba completamente aturdido, pero pudo reaccionar a los gritos de auxilio que Laura profería. Se levantó arrastrándose y con dificultad pudo llegar a la habitación de ella. Allí, aquel animal intentaba estrangularla. Sin saber cómo, sujetó un jarrón fuertemente y lo dejó caer varias veces sobre la cabeza de quién pretendía quitarle la vida al ser que más quería. Al fin, vio cómo se desplomaba, cual pesado saco de patatas. La sangre empapaba la alfombra y había dejado una oscura huella sobre la cama. Ulises corrió a reanimar el cuerpo de Laura y no prestó la mayor atención al cuerpo que yacía ya muerto. El cuerpo desmayado entre sus brazos comenzó a reaccionar, y él dio gracias al cielo...Laura estaba bien.

El largo proceso que vivió Ulises imputado por asesinato, supuso casi un año de cárcel, pero se retiraron los cargos y salió libre. La policía encontró pruebas que permitieron el sobreseimiento del caso. A pesar de lo que sufrieron juntos, aquella experiencia les unió definitivamente.
Ahora fue Laura quién estuvo al lado de su amor. Eso permitió que él nunca se derrumbara.

Hace ya más de un año que todo aquello terminó. No lo olvidarán. Y no lo harán, porque su amor salió victorioso y con todo se hizo fuerte, poderoso e indestructible.

Esta canción les acompañó muchas veces...

Relax...