No soy nada romántico, pero aquí me veo preparando una mesa para dos.
En un vaso largo, he puesto unas flores; dos velas acompañan unos platos y servilletas de color azul oscuro resaltan el mantel estampado que me regaló mi madre, y que no sacaba desde hacía años del cajón de la cómoda. Me he esmerado en la cocina...
Y llegó un día en el que, por fin, me decidí. Fue a primeros de agosto.
Hacía años que quería hacerlo, pero no tenía valor. Siempre encontraba una excusa para no viajar solo. Había hecho planes, comprado libros de viajes, recorrido páginas de Internet; pero, a la hora de echar a andar, mi natural tendencia nada aventurera me hacía retroceder y quedarme en casa sin viaje.
Esta vez estaba determinado a hacerlo de una puñetera vez.
En diez minutos, ya tenía preparada la mochila con todo lo que creí necesario. Una ducha rápida y un repaso a todo lo que debía llevar, y ya estaba en la carretera.
La idea no era conducir todo el tiempo, así que dejé el coche en un aparcamiento de esos junto al aeropuerto y cogí un taxi a la estación de ferrocarril más próxima.
Unas horas perdidas en la espera de la salida del tren sólo me produjo un cierto grado de ansiedad y nerviosismo. En los bancos de la estación, personajes diversos, las amigas que harían una ruta por las playas mas concurridas, algún señor encorbatado en viaje de negocios o de trabajo, la madre cargada de niños, parejas que parecen casadas, otras que parecen dos extraños...gentes de todo tipo. O como yo, que sólo intento huir para encontrarme en algún sitio.
Ya acomodado en mi asiento, me paro a mirar otra vez al paisanaje del vagón número ocho. La chica más atractiva del compartimento no está sola, le acompaña un tipo mal encarado que no la deja ni levantar la cabeza, apenas se atreve a mirar por la ventanilla, sólo al suelo. Le tenía miedo, o eso intuí yo, por como se comportaba, parecía un perrito asustado.
Me llama la atención esta chica y la observo con curiosidad desde mi asiento,situado justo detrás de ellos. Veo como esconde su cabello bajo un horrible gorro de lana oscuro. Viste ropa oscura, una vieja chupa de falso cuero y una especie de malla de licra muy apretada, que oprimen sus largas piernas afeándolas en exceso. Pude comprobarlo mejor cuando se levantaron de sus asientos, la veo tambalearse por el pasillo del vagón. De regreso, me miró por unos segundos y pareció que me quería decir algo. Quizás una mirada de socorro y de desesperación.
A su regreso, al cabo de unos minutos, se las ingenió para dejarme caer una servilleta de papel en la que se adivinaba unos trazos de bolígrafo azul que decía.
- S.O.S, please...
El tren efectuó una parada en una ciudad intermedia. En ese momento que vuelven a levantarse, él va delante y ella detrás, ella aprovecha y echa a correr en dirección contraria para saltar del vagón y correr por el andén. Es perseguida de inmediato por el tipo ese. Intento averiguar que es de ella y también salgo al andén. Han desaparecido y yo me vuelvo a subir porque va a partir otra vez el tren, pero sigo mirando por la ventanilla, y la veo escabullirse por entre los viajeros que van y vienen.
No sé cómo, pero volvió al tren sola en el justo momento que éste partía.
Sin cruzar palabra se sentó a mi lado, como suplicando que la adoptara, o algo así.
Y ahí comenzó mi aventura, que supuso realizar el viaje más apasionante de mi vida, a lo largo de toda Europa para llegar a los confines de Rusia.
(Continuará)